El rastro de tus huellas se van marcando en el suelo de ladrillos rojos del patio. El sol está recogiéndose y dando paso a una luna brillante, de esas que dejan notar más que tu sombra.
De un salto sutil y elegante saltas desde el último escalón hasta el tejado.
Te miro y observo esos enormes ojos verdes, que me miran, y después de sopesar durante unos segundos, bajas corriendo para entrelazar tu cola con mis piernas. Me agacho para acariciarte, y un ronroneo rompe el silencio de la noche.
Me siento en el suelo, y te acomodas en mi regazo, resoplando unos segundos mientras te estiras y relames la pata delantera derecha.
Ambas cerramos los ojos. Debajo de la luna, envueltas en la paz de la noche.
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