Y a las once de la mañana el sol fue robado por las negras nubes.
El calor del sol desapareció y mis venas se helaron con el frío agua que caía como diminutas dagas sobre mi cabeza. Mi vestido se convirtió en un traje de gitana, empapando mis brazos y cuyos hilos de lluvia recorrieron mis piernas desnudas llegando a rozar primero mis piernas, y después a encharcar mis zapatillas de esparto.
Y en vez de correr, decidí pararme. Sentir la brisa fresca, la humedad que entraba por mi piel y llegaba a lo más hondo de mí. La calida primavera se ha ido precipitadamente y un crudo invierno instantaneo se ha apoderado de mi calor.
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