martes, 17 de marzo de 2020

En un mundo donde el repiqueo de los adoquines queda en silencio por el confinamiento de la población en sus viviendas. Donde la imaginación cobra sentido a la hora de arrebatar al aburrimiento y al abatimiento algunos minutos. Es casi imposible no escuchar lo que crece y está en constante ebullición dentro de nosotros mismos. Viendo como algunos de nuestros conocidos y vecinos desaparecen detrás de una puerta al otro lado de nuestro rellano. Las paredes se llenan de susurros, risas y musiquillas matutinas y repetitivas. Solo el chisporrotear de la lluvia nos ha sacado de nuestro ensimismamiento, despertando de la monotonía de los días igualitarios. La creciente dependencia de información instantáneo y no contrarrestada nos hace tener arritmias cada vez que un trinar de un gorrión electrónico retumba en nuestras casas decoradas de tiendas suecas, ordenadas al estilo de Marie kondo para seguir acumulando toneladas de productos de temporadas pasadas, porque la apremiante actualidad nos hace dependiente de obtener 5 centímetros extras para guardar ese vaquero de una talla menos que me compré pensando en lo que voy a perder para este verano. Y mientras tanto mi yo interno sigue gritando, pero su rugido inicial se ha convertido en un gemido susurrado al ritmo del trap repetitivo que la vecina del 5 no para de poner en su cuenta personal.