Debajo del edredón, debajo de esas sábanas de coralina azules que me regaló mi madre un invierno crudo, mis deseos más profundos se liberan para dar rienda suelta a lo que quieran desarrollar cuando cierro los ojos, cuando el agotamiento gana la partida de un miércoles cargado de trabajo. Todo el estrés, que se va asentando en los hombros y llega a paralizar el cuello, llegando con una insistente pulsación detrás del ojo izquierdo, deja paso a un mundo oscuro, lleno de colores tenues pero sensaciones vivas, plenas.
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